Cual viviente, orgullosa de su noble estatura,
con su gran ramillete, sus guantes, su pañuelo,
tiene la dejadez y la desenvoltura
de una flaca coqueta de aspecto extravagante.
¿Un talle más delgado se vio nunca en el baile?
Su exagerado traje, con real amplitud,
cae abundante sobre un seco pie que aprieta
un zapato pomposo lindo como una flor.
El plisado que cae en torno a sus clavículas,
como arroyo lascivo que las rocas restriega,
defiende con pudor de las bromas ridículas
los fúnebres encantos que ella ocultar pretende.
Tinieblas y vacío sus ojos hondos forman,
y su cráneo, con flores bellamente peinado,
oscila blandamente sobre frágiles vértebras,
¡oh encanto de una nada locamente atildada!
Dirán algunos que eres una caricatura,
pues no entienden, borrachos amantes de la carne,
la elegancia sin nombre de la armadura humana;
¡tú colmas, oh esqueleto, mi gusto más querido!
¿Vienes a perturbar con tu mueca potente
la fiesta de la vida? ¿O algún viejo deseo
espoleando aún tu viviente carcasa,
te empuja al aquelarre, crédulo, del placer?
¿Con cantos de violines, o con llama de velas,
esperas tu burlona pesadilla ahuyentar,
y vienes a pedir al torrente de orgías
que refresque el infierno encendido en tu alma?
¡Inagotable pozo de sandez y pecados!
¡Del antiguo dolor inmortal alambique!
A través de la reja curva de tus costillas
contemplo, errante aún, el áspid insaciable.
A decir verdad, temo que tu coquetería
no encuentre nunca un premio de sus esfuerzos digno;
¿qué corazón mortal esta ironía entiende?
¡Del horror los encantos sólo al fuerte emborrachan!
La sima de tus ojos, llena de ideas hórridas,
el vértigo desata, y los danzantes cautos,
nunca contemplarán sin una amarga náusea
la sonrisa eterna de tus treinta y dos dientes.
Y sin embargo ¿quién no abrazó a un esqueleto?
¿Y quién no se ha nutrido con cosas del sepulcro?
¿El perfume qué importa, el traje o el tocado?
Quien se asquea demuestra que bello se creía.
Bayadera sin napias, buscona irresistible,
dile a estos danzarines que ofuscados se sienten:
«Bonitos, a pesar del carmín y los polvos
¡oléis todos a muerte! ¡Oh, esqueletos de almizcle,
marchitos Antinoos, barbilampiños dandis,
maquillados cadáveres, canosos Lovelaces,
la marcha universal de la danza macabra
os arrastra a lugares que no son conocidos!
De los muelles del Sena a la orilla del Ganges,
salta el mortal rebaño y sin ver se extasía,
en la grieta del techo la trompeta del Ángel
siniestramente abierta como un negro trabuco.
En todo clima y todo sol la muerte se admira
viendo tus contorsiones, risible Humanidad,
y a veces, como tú, perfumada de mirra,
sus ironías mezcla con tus estupideces!
La Danza macabra, Charles Baudelaire